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El museo de las relaciones rotas: un lugar para integrar emociones

Cuando en el verano de hace dos años estuvimos de viaje en Croacia, al llegar a Zagreb, como en otras ciudades, lo primero que hicimos fue echar un vistazo a la guía de viajes para ver qué cosas visitar y hacer para disfrutar de la ciudad. En la sección de museos llamó nuestra atención uno en particular: “El museo de las relaciones rotas”. A pesar de la curiosidad que nos despertó por el nombre, sinceramente, lo primero que pensamos es que iba a ser un lugar un poco cursi y empalagoso donde se expondrían objetos que representasen aspectos del amor en un sentido artístico, figurativo y simbólico, y especialmente las rupturas, pero esa idea al mismo tiempo chocaba de frente con una nombre tan rotundo y peculiar, y eso fue lo que nos hizo que finalmente nos decidieramos para ir a visitarlo.
Al llegar mi idea de sitio cursi se consolidó al ver que era un lugar pequeño y atisbar desde el exterior, a través de la ventana, los objetos de merchandising que tenían expuestos en la zona donde se compraban las entradas. Una vez con las entradas en la mano me dieron la opción de llevar un libro donde todos los textos de todos los objetos expuesto estaban en español, y ahí es cuando mi intuición sobre lo que iba a ver empezó a cambiar.
Recién entré en el museo leí en ingles un texto que estaba sobre una pared blanca que te encuentras de frente: “Sin importar la motivación que ha llevado a la donación de objetos personales, ya sea ésta mero exhibicionismo, alivio terapéutico o simple curiosidad, la gente ha acogido la idea de exhibir el legado de su amor perdido como una especie de ritual, como una ceremonia solemne. Nuestras sociedades celebran y honran a través de rituales ocasiones como los matrimonio, los funerales y hasta las graduaciones, pero nos quitan la posibilidad de que se reconozca formalmente la pérdida de una relación, a pesar de su fuerte impacto emocional.”
¿Crees que deberíamos reconocer formalmente nuestras pérdidas amorosas?
Ahí es cuando definitivamente me di cuenta de que estaba en un lugar diferente y original, que podía conjugar a la perfección en un crisol caleidoscópico lo emocional, lo sensible, lo morboso, lo doloroso y lo extraño. Todo parecía indicar que la experiencia de la visita iba a ser atractiva y posiblemente terapéutica, y que además, teniendo en cuenta mi ejercicio profesional como Psicólogo y Psicoterapeuta, para mí iba a suponer toda una aventura adentrarme en sus entrañas.
«Para vivir en este mundo debes ser capaz de hacer tres cosas: amar lo que es mortal, mantenerlo contra tus huesos sabiendo que tu propia vida depende de ello, y cuando llegue el momento de dejarlo ir, dejarlo ir.» Cita del libro: En las aguas oscuras del bosque de la América Primitiva, de Mary Oliver.
El museo era un gigantesco baúl de los recuerdos lleno de objetos donados por una de las personas que fue parte de una relación rota porque dichos objetos tuvieron un sentido particular y característico dentro de ella. Unas esposas, un hacha, una lupa, una camiseta, juegos de dados o de cartas, corpiños, una carta escrita sobre un folio arrugado y amarillento, un transistor, una bola de billar, unos zapatos, una grabación sobre un disco de vinilo, un automóvil de juguete, un collar, cristales rotos en un bote, etc., representaban romances inconclusos o amores fallidos, a veces de manera natural, otras de forma fortuita, y en algunos casos incluso con experiencias muy traumáticas de fondo. Estaban dispuestos en salas que tenían en la entrada un título que le daba sentido a lo que ibas a encontrarte como conjunto en ella, estos eran algunos de esos títulos: «La suerte está echada, el juego se acabó», «Una delicada coyuntura», «Madurando», «Batallas globales, guerras privadas», Obra y producto del amor»,»Érase una vez… felices para siempre», y «Mañana será otro día». Algunos objetos estaban en urnas y solo se podían ver, pero otros se podían tocar, oler, e incluso escuchar.
Pero lo que hacía singular a la experiencia de tomar contacto con estos objetos era el breve mensaje o pequeña historia que acompañaba a cada uno de ellos, encabezada por un título que denominaba al objeto y a la historia, narrada en primera persona por el o la protagonista y donante. La visualización y la lectura generaba una sensación simbiótica ente objeto y texto que atrapaba y hacía despertar en el visitante del museo, alguien como yo, una experiencia empática de identificación inevitable, que permitía la toma de contacto y el reconocimiento individual y colectivo de las historias de ruptura amorosas ajenas e, inevitablemente, propias.
«Cada pasión, en última instancia, tiene su espectador… no existe ninguna ruptura amorosa sin un final teatral». Cita del libro: Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes.
Por mi profesión sé que los patrones amorosos, aunque genuinos y propios de cada persona y cada relación, tienden siempre a repetirse y tienen factores comunes esenciales, y es a esos factores a los que apelaba cada uno de esos objetos como una experiencia en bloque, sin fisuras, que los hacía especialmente penetrantes. Aquello era arte en su sentido más puro, pero no solo arte conceptual, sino también arte terapéutico y emocional.
Sentí que a través de esos objetos podíamos reconocer y hacer que los demás reconociesen que cualquier tiempo pasado no solo fue, sino que sigue siendo y que tiene una gran importancia en lo que fuimos, somos y seremos.
A diferencia de las instrucciones exprés de superación personal para sobrellevar la pérdida del amor fallido, tan habituales en nuestra sociedad actual, y a veces más destructivas que terapéuticas, este museo ofrece la oportunidad de superar el colapso emocional a través de la creación, de forma que uno mismo incluso puede contribuir a la colección del museo.
Quizá se pregunten ahora mismo lo yo que me pregunté en aquella visita: ¿Pero a quién y cómo se le ocurrió esta idea para hacer este museo? Olinka Vištica, productora cinematográfica, y Dražen Grubišić, un escultor, ambos croatas, habían sido pareja durante cuatro años, y cuando rompieron su relación, en el intercambio de los objetos que cada uno había olvidado en la casa del otro, bromearon sobre la posibilidad de crear un museo de todas esas cosas, y esa broma, tomada en serio, fue la chispa que encendió la mecha para que finalmente estallara y se configurase el brillante y atrevido proyecto conceptual que dio lugar al museo.
El museo comenzó en el 2006 como una colección itinerante de objetos donados por diferentes ciudadanos del mundo, lo cual propició que lograra amasar una variedad excepcionalmente rica en contenido cultural y propio de cada lugar, pero a la vez intuitiva y perceptible para cualquier visitante fuera éste de donde fuese. Actualmente hay una colección permanente en Zagreb, en Croacia, y otra en Los Ángeles, en Los Estados Unidos. Pero a pesar de tener toques personales, culturales e históricos, las muestras de los objetos que se exhiben junto a sus historias narradas en primera persona por sus protagonista/donante forman patrones universales que, al tomar contacto con ellos, nos ofrecen una suerte de consuelo individual y colectivo al mismo tiempo, que también nos puede inspirar en nuestra búsqueda personal de un entendimiento más profundo y significativo que va más allá de lo que en un primer momento puede parecer un sufrimiento azaroso que nos ha concedido de manera caprichosa, e incluso a veces macabra, el destino.
Seguro que cualquiera de nosotros tiene un objeto de estas características que podría donar a este museo contando la historia que le dio sentido ¿Lo tienes ya en tu cabeza? ¿Te atreverías a donarlo?
A continuación, os dejo una pequeña muestra de lo que allí nos encontramos para poder compartir de manera más tangible la experiencia, pero os animo a que si tenéis la oportunidad visitéis el museo.

CIEMPIÉS «TIMUNAKI»
Casi 2 años
Sarajevo, Bosnia y Herzegovina
Tuve este amor, este amor realmente inmenso, una relación a distancia. Sarajevo – Zabreb. Duró 20 meses. Por supuesto soñábamos con una vida juntos y, con ese deseo en mente, compré este enorme ciempiés. Cada vez que nos veíamos le arrancábamos una pata. Cuando nos quedáramos sin patas sabríamos que era el momento de empezar una vida juntos. Pero naturalmente, como siempre pasa con los grandes amores, la relación se rompió y el ciempiés nunca llegó a ser un completo inválido.

LA TOSTADORA DE LA REIVINDICACIÓN

2006 – 2010

Denver, Colorado

Cuando me mudé hasta el otro lado del país me llevé la tostadora. Eso te enseñará. A ver cómo tuestas algo ahora…
UNA EX-HACHA
1195
Berlín, Alemania
Ella fue la primera mujer a la que dejé mudarse conmigo. Todos mis amigos pensaban que necesitaba aprender a dejar entrar más a la gente. Unos meses después de que se hubiera mudado conmigo tuve una oferta de trabajo para viajar a los Estados Unidos. Ella no podía venir conmigo. En el aeropuerto nos despedimos con lágrimas en los ojos y me aseguró que no podría sobrevivir tres semanas sin mí.
Regresé a las tres semanas y me dijo: «Me enamoré de otra mujer. La he conocido sólo cuatro días, pero sé que ella me puede dar todo lo que tú no puedes».
Fui ingenua y le pregunté sobre sus planes respecto a nuestra vida juntas. Al día siguiente aún no tenía respuesta, así que la eché. Inmediatamente se fue de vacaciones con su nueva novia, pero sus muebles se quedaron conmigo. Sin saber qué hacer con mi ira, finalmente compré un hacha en Karstadt para desahogarme y canalizar un pequeño sentimiento de pérdida que obviamente no había tenido posibilidad de expresarlo después de nuestra ruptura.
Durante los 14 días que duraron sus vacaciones, cada día yo destrocé uno de sus muebles. Y conservé ahí los restos, como una expresión de mi sensación interna. Mientras más se llenaba su habitación con pedazos de muebles que se asemejaban a mi alma, mejor me sentía.
Dos semanas después de que se fuera, regresó a recoger sus muebles. Estaban pulcramente acomodados en pequeños montones de fragmentos de madera. Tomó esa basura y dejó mi apartamento para siempre. El hacha fue elevado al rango de instrumento terapéutico. 

 


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